Mientras procesaba la última barbarie, estrangulada a los treinta y tres años de edad, Ana recibió la llamada de su mejor amiga, vecina de Barcelona, algo montaraz, siempre alegre, inconforme, polvorilla y brava. “Lo ha hecho. Cómo es posible. El Alex lo ha hecho. Esta vez ha sido él. Lo detuvieron con un cuchillo de grandes dimensiones en las manos. Alejandro ha matado a Eva. ¡La ha matado¡”. Aunque experta en socorrer los primeros momentos de las víctimas y de sus allegados, apenas pudo balbucear un par de frases inconexas absolutamente fútiles, incapaces de sosegar la desesperación de su amiga de la infancia, guardiana de sus sueños y secretos. Ella fue la primera en conocer la primera experiencia cuando apenas contaba dieciséis años. Y Ana se apresuró a recibir con cariño y complicidad la primera secuencia de flirteos, besos y caricias de Sara. Juntas habían construido castillos en el aire, jurado sin jurar fidelidades. Juntas se habían burlado de los chicos y atesorado las lágrimas desconocidas para el resto del mundo, hasta reírse la una de la otra y cada cual de sí misma dejándose tomar por una tormenta y una farola como en la vieja y deliciosa película de Gene Kelly.
Ana conocía de oídas a la última víctima porque Sara, que era compañera de Eva en un proyecto común de arquitectura, le confió su preocupación respecto del carácter a veces irascible de un tal Alex. A pesar de estar informada de todos los protocolos, teléfonos, direcciones o guías de ayuda,balbuceó que «me siento culpable, quizás no la advertí a tiempo, no la apoyé lo suficiente. Era encantador pero no me enfrenté a él» . Y Ana, sacudida por el derrumbe de su mejor amiga, no encontraba palabras. De pronto, su formación y su experiencia le servían de muy poco. Simplemente le pidió a Pepe, un buen muchacho y vecino del portal, su furgón de reparto. “¿Para qué lo quieres?”, preguntó algo sobrecogido por el tono y el vacío de sus ojos. Compraré todos los cuchillos de todas las ferreterías, supermercados, tiendas de bricolaje y los apilaré en un campo sin raíces ni agua. Su hoguera iluminará el mundo entero».